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23.4.16

Sobre el origen de algunos insultos homófobos















 Contra lo que se cree, el término tortillera (lesbiana) no viene de tortillas, sino de placenta. Un recorrido por disfemismos muy arraigados. 

Tortillera, el término con que se alude a las mujeres homosexuales, no viene de tortillas ni del molde de madera o metal para hacerlas, sino de torta, vocablo con el que los romanos se referían a la placenta. Así, tortillera “vendría a designar el gusto por el sexo que tiene la capacidad de generar placenta”.
La investigadora de la Universidad Complutense de Madrid Elena Beatriz Flores Gómez analizó el origen de insultos homófobos como tortillera, sarasa, bujarrón, marimacho, marica y chapero, entre otros, durante la primera jornada del XVI Congreso Internacional de la Asociación de Jóvenes Investigadores de Historiografía e Historia de la Lengua Española, en España
Según Flores Gómez, la palabra sarasa procede de zaraza, una pasta venenosa que se utilizaba antiguamente para matar animales. “Es una metáfora de la ‘maldad’ de la homosexualidad, al igual que bujarrón, el primer insulto de este tipo del que se tiene conocimiento. En 1607 ya lo utilizaba Quevedo y parece ser que data de la época de las cruzadas y se adaptó a partir de la forma en que los franceses se referían a los búlgaros y que se utilizaba como insulto, puesto que se trataba de herejes”, explicó la investigadora.
En América, en particular en el Río de la Plata, el término es bufarrón, que, de acuerdo con la definición que da el Diccionario de americanismos, es pederasta.
Flores tiene un trabajo titulado Los disfemismos en español: repaso y etimología de la jerga gay-homófoba. Un disfemismo es el modo de decir que consiste en nombrar una realidad con una expresión peyorativa o con intención de rebajarla de categoría, en oposición a eufemismo.
La primera datación de la palabra tortillera con la acepción de lesbiana aparece en el Corpus diacrónico del español (Corde) en Noel E. (1927) Las siete cucas: “En cuantito la vea... Julita la Mica, la tortillera; y el macho de Pura Patiño... Y aquí tu doña Demetria, tú, Águeda”. Y en el DRAE, en 1985.
En los glosarios de Toledo y del Escorial de 1400 la palabra torta traduce a la latina placentula, a la que se consideraría un diminutivo latino de la palabra placenta. La etimología del término español se relaciona con la acepción americana, pan sin levadura, según el DRAE. “De este modo podríamos suponer que la palabra tortillera, lejos de tener una relación con el hecho de hacer tortillas, está basada en un proceso metonímico de relación o  parte (el sufijo -ero supone una inclusión o continente), que supone el gusto por el sexo que tiene la capacidad de generar la placenta”, dice Flores Gómez.
En el caso de bujarrón, la primera documentación del Corde es de 1607, en Sueño del alguacil endemoniado, de Quevedo y Villegas F. “Y al ffin an hecho entre nosotros sospechoso este nombre de assientos, que como signiffican traseros, ni sauemos quando ablan a lo negoçiante ni quando a lo bujarron. Honbre de èstos a ydo al ynffierno, que biendo la leña y fuego que se gasta, a querido hazer estanco de la lunbre; y otro quisso arrendar los tormentos, pareçiendole que ganaria en ellos mucho”.
En el Diccionario de autoridades aparece en 1726, con la definición: ‘hombre vil e infame que comete activamente el pecado nefando’. Flores dice que “la palabra aparece en el año 1526 (no consta) y  proviene del latín bulgărus, nombre de los búlgaros. Este se utilizaba como insulto  puesto que se trataban de herejes pertenecientes a la iglesia ortodoxa griega”.
La primera datación de marica en el Corde es de Torres Naharro, B. (1517) Comedia Seraphina: “Al demoño do el garçón qu’en topando con la moça no s’aburre y la retoça como rocín garañón. Todas ellas quantas son m’an dicho qu’esto les praze y al hombre que no lo haze lo tienen por maricón. A la mi fe, el hombre atado llámole costal de paja,  biva el zagal que trabaja de ser un poco atestado”.
Según el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (NTTLE), la primera aparición de la palabra maricón se da en (1611) en Covarrubias, con la siguiente acepción: ‘el hombre afeminado que se inclina a haze cosas de muger, que llaman por otro nombre Marimaricas; como al contrario dezimos Marimacho la muger que tiene desmbolturas de hombre’.




Marica viene de Marimaricas, derivado de María, ‘nombre propio de la madre de Jesús’. “Este se ve empleado en gran cantidad de compuestos y derivaciones referentes a la mujer, lo que lo convierte en un nombre común. Esta variabilidad se ve fundamentada en la semántica de los prototipos. En este caso, la acepción de marica ‘hombre afeminado’ se deriva de un diminutivo del nombre propio a partir del sufijo -ica y un aumentativo del mismo con el sufijo -on”, maricón, explica.
Marimacho, como ‘mujer que en su corpulencia o acciones parece un hombre”, se registra en el Siglo de Oro, en Quevedo y Villegas F. (1620), en El entremés de la destreza.  “Arojamiento tienes de muchacho. Chillona Yo soy hombre y muger y
marimacho. Pitorra ¿Ynclinada a las armas? Chillona Tanto quanto. ¿No as oýdo nombrar a la Chillona?”.
En cuanto a su definición, el primer diccionario que recoge esta palabra es Covarrubias (1661), en el suplemento. “En él habla de esta palabra como el nombre que el vulgo había querido poner a aquellas mujeres que la naturaleza había hecho hombres en todo menos en el sexo”.
“Esta palabra es una composición de la apócope del nombre propio María y la  palabra macho  (de mascŭlus) como referente masculino. La variante semántica hacia la jerga gay se hace común debido a la intencionalidad misma de la composición de la palabra. Se entiende que la mujer lesbiana tiene gustos varoniles y, por lo tanto, se comporta como tal”, señala la autora.
Sarasa significa también ‘hombre afeminado’. La palabra proviene de la forma zarazas, ‘especie de ungüento o pasta venenosa empleada para matar animales’;  esta, a su vez, viene de çeraza y este, derivado de cera. Poco después, y figuradamente, el nombre zarazas en sus diversas variantes fue aplicado a las mujeres de mala vida y de ahí pasó a homosexuales predominando la pronunciación seseante.
Chapero, ‘homosexual masculino que ejerce la prostitución’, está datado en el Corpus de referencia del español actual (CREA) en Martín Vigil J. M. (1985), En defensa propia:
“Pues hay quien se busca así la vida y le va de puta madre.
–¿Poniendo el culo? ¡No me jodas!
El Loco, que había escuchado mientras tallaba a punta de navaja una madera, dijo aquí:
–Jo, tío, según cómo lo paguen, que todo tiene un precio.
Raúl le miró incrédulo.
–¿Irías tú de chapero?”.
Entre los posibles orígenes, está la relación entre chapar, ‘cerrar’, y el verbo francés se clapir, cuya significación es ‘acurrucarse (el conejo en la madriguera)’. Esta definición tiene cercanía a verbos como reclaparse, del valenciano que se aplica a las liebres que se acurrucan en los huecos por falta de madriguera o la forma aclaparse, de otras hablas catalanas.
“De esta forma no sería descabellado pensar en un proceso de metaforización por el cual se asemeje al chapero con ese conejo que se acurruca en los rincones, puesto que se da por hecho que la profesión de la prostitución no se ejerce a la vista de todos, además de que podría sobrentenderse esa ausencia de madriguera como la búsqueda de un amor irreal basado en el deseo, como es el de la prostitución”, reflexiona Flores Gómez.
Con este estudio de disfemismos, “lo único que se ha intentado es buscar la explicación a lo que de por sí es inexplicable,  procurando, de la mejor manera posible, dar luz a lo que hasta ayer fue un mundo escondido”, explica Flores Gómez sobre el objetivo de su trabajo. Algo así como sacar a la lengua del armario.

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