Quizá muchos no conocen y, por tanto, nunca usaron el
adverbio de modo sagrativamente, que
significa ‘con misterio’. Ni el adverbio de lugar dalind, que es ‘de allá’. Ni el sustantivo bajotraer, que es ‘abatimiento, humillación, envilecimiento’.
Esas palabras figuran aún en el Diccionario de la lengua española, pero no lo estarán cuando salga
la 23.ª edición del DRAE, en octubre,
porque ellas están entre las 1.350 supresiones que se realizaron de la obra editada
en 2001.
Como contrapartida, entre las 6.000 nuevas que tendrá la
23.ª edición del DRAE se incorporan
palabras como bótox, ‘toxina
bacteriana utilizada en cirugía estética’;
dron, ‘aeronave no tripulada’;
hipervínculo, ‘enlace’, y pilates, ‘método gimnástico que aúna el
ejercicio corporal con el control mental, basado en la respiración y la
relajación’. Y también americanismos, como jonrón,
del inglés home run, muy utilizado en
países de América con gran afición al béisbol.
Según la página web de la Real Academia Española (RAE), www.rae.es, el nuevo diccionario tendrá 2.400
páginas y se editará en un solo tomo. El número de artículos ascenderá a algo
más de 93.000, unos 6.000 más que los incluidos en la 22.ª edición y más del
doble de los aparecidos en el primer diccionario de uso de la RAE, publicado en
1780.
En total, el Diccionario
recogerá cerca de 200.000 acepciones, entre ellas 19.000 americanismos.
Algunas de las enmiendas se corresponden con pedidos de
organizaciones sociales, que exigen que se excluyan términos con cargas
peyorativas, desde las étnicas, como judiada
(‘acción mala, que tendenciosamente se consideraba propia de judíos’), a
las físicas, como sordomudo.
Una organización uruguaya había solicitado el año pasado
a la Academia Nacional de Letras (ANL) de ese país la supresión, por
discriminatorias, de locuciones como caliente
como negra en baile y trabajar como
un negro. Pero, como dice Ricardo Soca, en elcastellano.org, la función del
diccionario “no es determinar qué palabras se pueden decir ni lo que deben
significar, sino la de describir –con la fría objetividad con que un entomólogo
lo hace con un insecto o un astrónomo con la trayectoria de un cometa– la
lengua tal como es hablada en una comunidad”.
“Una palabra o una expresión no pueden ni deben ser
retiradas de un diccionario porque sean feas, ofensivas o discriminatorias. El
lexicógrafo que lo hiciera estaría desempeñando mal su trabajo puesto que, si
están allí, es porque los hablantes las emplean y la prensa y los escritores
las reproducen. Lo que corresponde en estos casos es recurrir al uso de marcas
lexicográficas que indiquen al lector del diccionario que un vocablo o una
expresión son ‘discriminatorios’, ‘ofensivos’ o ‘vulgares’”, aclara Soca.
Por ese motivo, los términos judiada y sordomudo se
mantendrán en el nuevo DRAE. En otros casos se le añade la palabra “malsonante”
o “vulgar” a ciertas voces rodeadas de controversia social, como mariconada: 1. f. coloq. malson. Acción
propia del maricón. Y maricón: 1. m.
vulg. Varón afeminado u homosexual. U. t. c. adj. 2. m. U. c. insulto grosero
con su significado preciso o sin él.
Algo similar a la demanda uruguaya ocurrió con un planteo
formulado por la defensora del Pueblo española, Soledad Becerril, que le pidió
a la RAE que cambie las acepciones de los vocablos gitanada y gitano, por
discriminatorias. Se trata de la cuarta acepción de gitano: ‘que estafa u obra con engaño’. Y de gitanada como ‘adulación, chiste, caricias y engaños con que suele
conseguirse lo que se desea’.
En cambio, sí se eliminan acepciones sexistas como ‘débil,
endeble’ en femenino y ‘varonil, fuerte,
enérgico, en masculino, y en huérfano, ‘dicho de una persona de menor
edad: a quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos,
especialmente el padre’. Aunque el
director del DRAE, Pedro Álvarez de Miranda, subraya que esas acepciones en desaparecen
porque dejaron de ser “definiciones veraces”.
Como dice Tereixa Constenla, en El País, “seguramente el diccionario más políticamente correcto” de
la historia de la RAE fue el primero, publicado entre 1726-39, “cuando la
corrección política no existía. En su prólogo, los autores avisaban de que se
habían omitido ‘todas las palabras que significan desnudamente objeto indecente’.
Básicamente, nada de sexo”.
Ahora, los lexicógrafos “se han liberado de tabúes” y son
las organizaciones sociales las que exigen la supresión de palabras por
considerarlas hirientes, ofensivas o discriminatorias. “Hay que procurar no herir la sensibilidad de
nadie pero la lexicografía no puede hacer dejación de su responsabilidad, que
es consignar lo que en la lengua existe”, señala Álvarez de Miranda,
responsable desde 2011 del DRAE.
“El lexicógrafo que recoge en un diccionario la palabra
maricón no es homófobo. Esa palabra existe”, afirma el académico. En todo caso,
el problema está en la comunidad de hablantes que usa esa palabra para herir,
ofender o discriminar.
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