¿Es correcto decir
la calor? Algunos hablantes reivindican con pasión ese uso, arguyendo
que no significa exactamente lo mismo que
el
calor y que incluye un matiz o una intensidad que
el calor no tiene.
Según escribe Elena Álvarez Mellado, “no son pocos los
hablantes que miran con desprecio a quienes dicen la calor por considerarla una expresión vulgar y poco elegante. Las
redes están llenas de proselitistas de la forma en masculino que afean el uso de
la muy castiza y tradicional la calor
y abogan por usar siempre y únicamente el más neutral y anodino el calor”.
La mayoría de los diccionarios recogen la variante la calor como forma regional o arcaica, aunque la entrada que le
dedica la Academia en el Diccionario panhispánico
de dudas (DPD) es demoledora: “Su uso en femenino, normal en el español medieval
y clásico, se considera hoy vulgar y debe evitarse”.
La Nueva
gramática de la lengua española (2009-2011) dice que el empleo de calor
como femenino no pertenece al español estándar. Se registra sobre todo en la
lengua popular del español europeo meridional, en el Río de la Plata y en
ciertas regiones del área andina. En el español de Andalucía (España) se
percibe incluso una diferencia de intensidad a favor del femenino (la calor,
las calores) en relación con el masculino (el calor, los calores) cuando se
habla de calor atmosférico.
“Desde el mar soplaba un viento húmedo que
anunciaba la inminencia de un buen
aguacero (Álvarez Gil, Naufragios);
Oteó el patrón la mar en todas direcciones (Caballero Bonald, Pájaros); De pronto la calor se tornó
insoportable (Roa Bastos, Vigilia);
Me adormecía con el calor del sol (Chirbes, Letra);
Cruzó el Alagón y llegó a Plasencia por el cajón de Tras la Sierra con los
calores de fines de verano (Labarca, Butamalón);
Se detiene a secarse el sudor, las calores del fuego y la tarea (Umbral, Leyenda)”.
Para los defensores de la forma femenina, la
calor “no es solo la sensación térmica en general, es la tostadera
insoportable que cae a plomo en los meses de verano, el fenómeno meteorológico
complementario a la fresca, esas horas del día en las que el calor da una
tregua y se puede salir a la calle”.
“Hasta la propia Academia ha salido en su cuenta de Twitter a matizar que en
algunas zonas de España la forma en femenino es habitual y no es percibida como
vulgar, desdiciéndose de la afirmación categórica del DPD”, dice Álvarez
Mellado.
“El primer diccionario de la RAE, el Diccionario de autoridades (que se publicó
allá por 1729) ya recogía el uso de calor en femenino. Es más, la hoy denostada
la calor era una forma habitual y
respetable en el pasado y, de hecho, es fácil encontrársela en textos
medievales o en obras del siglo de oro. ‘Por el mes era de mayo/cuando hace la
calor/cuando canta la calandria/ y responde el ruiseñor”, reza el conocido
romance del Romancero viejo’”, acota.
“Pero en algún momento de la historia, la
forma en masculino el calor se pasó a considerar más noble y culta y empezó a
comerle la tostada a la calor, quizá porque mantener el mismo género que había
tenido originalmente en latín su antepasado calor, caloris (masculino) daba
caché mientras que la forma en femenino fue cayendo en desgracia hasta quedar
prácticamente arrinconada y restringida a usos regionales o menos elevados. La
hasta entonces respetable e incluso literaria la calor se convertía en la
hermana cateta de la familia”, dice.
Según estima Álvarez Mellado, a la calor le ha pasado lo mismo que a la boina:
lo que en el pasado había sido una prenda ubicua y socialmente aceptable de
pronto un día dejó de molar a ojos de algunos hablantes y pasó a ser
considerada vulgar y de pueblo. Otras palabras como murciégalo, toballa o almóndiga
han sido también víctimas históricas del síndrome de la boina, ejemplos
clásicos de palabras antiguas pero perfectamente dignas e intachables en su
momento que al evolucionar quedaron como vestigios históricos injustamente
rechazados por ser palabras minoritarias o regionales.
Como señala Álvarez Mellado, en español hay numerosos ejemplos de palabras que
admiten sin sonrojo los dos géneros sin que ello nos conlleve demasiados
problemas: el mar/la mar, la maratón/el maratón, la cobaya/el cobaya. “Estos
dobletes son conocidos como palabras de género ambiguo y no son ningún
deshonor. No hay, pues, de qué avergonzarse. Reivindiquemos con orgullo y
alegría la boina y la calor”, propone.
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