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15.7.17

Elogio de la calor






















 Los que defienden ese uso arguyen que tiene un matiz o una intensidad que el calor no tiene. 

¿Es correcto decir la calor? Algunos hablantes reivindican con pasión ese uso, arguyendo que no significa exactamente lo mismo que el calor y que incluye un matiz o una intensidad que el calor no tiene.
Según escribe Elena Álvarez Mellado, “no son pocos los hablantes que miran con desprecio a quienes dicen la calor por considerarla una expresión vulgar y poco elegante. Las redes están llenas de proselitistas de la forma en masculino que afean el uso de la muy castiza y tradicional la calor y abogan por usar siempre y únicamente el más neutral y anodino el calor”.
La mayoría de los diccionarios recogen la variante la calor como forma regional o arcaica, aunque la entrada que le dedica la Academia en el Diccionario panhispánico de dudas (DPD) es demoledora: “Su uso en femenino, normal en el español medieval y clásico, se considera hoy vulgar y debe evitarse”.
La Nueva gramática de la lengua española (2009-2011) dice que el empleo de calor como femenino no pertenece al español estándar. Se registra sobre todo en la lengua popular del español europeo meridional, en el Río de la Plata y en ciertas regiones del área andina. En el español de Andalucía (España) se percibe incluso una diferencia de intensidad a favor del femenino (la calor, las calores) en relación con el masculino (el calor, los calores) cuando se habla de calor atmosférico.
“Desde el mar soplaba un viento húmedo que anunciaba la inminencia de un buen  aguacero (Álvarez Gil, Naufragios); Oteó el patrón la mar en todas direcciones (Caballero Bonald, Pájaros); De pronto la calor se tornó insoportable (Roa Bastos, Vigilia); Me adormecía con el calor del sol (Chirbes, Letra); Cruzó el Alagón y llegó a Plasencia por el cajón de Tras la Sierra con los calores de fines de verano (Labarca, Butamalón); Se detiene a secarse el sudor, las calores del fuego y la tarea (Umbral, Leyenda)”. 
Para los defensores de la forma femenina, la calor “no es solo la sensación térmica en general, es la tostadera insoportable que cae a plomo en los meses de verano, el fenómeno meteorológico complementario a la fresca, esas horas del día en las que el calor da una tregua y se puede salir a la calle”.
“Hasta la propia Academia ha salido en su cuenta de Twitter a matizar que en algunas zonas de España la forma en femenino es habitual y no es percibida como vulgar, desdiciéndose de la afirmación categórica del DPD”, dice Álvarez Mellado.
“El primer diccionario de la RAE, el Diccionario de autoridades (que se publicó allá por 1729) ya recogía el uso de calor en femenino. Es más, la hoy denostada la calor  era una forma habitual y respetable en el pasado y, de hecho, es fácil encontrársela en textos medievales o en obras del siglo de oro. ‘Por el mes era de mayo/cuando hace la calor/cuando canta la calandria/ y responde el ruiseñor”, reza el conocido romance del Romancero viejo’”, acota.
“Pero en algún momento de la historia, la forma en masculino el calor se pasó a considerar más noble y culta y empezó a comerle la tostada a la calor, quizá porque mantener el mismo género que había tenido originalmente en latín su antepasado calor, caloris (masculino) daba caché mientras que la forma en femenino fue cayendo en desgracia hasta quedar prácticamente arrinconada y restringida a usos regionales o menos elevados. La hasta entonces respetable e incluso literaria la calor se convertía en la hermana cateta de la familia”, dice.
Según estima Álvarez Mellado, a la calor le ha pasado lo mismo que a la boina: lo que en el pasado había sido una prenda ubicua y socialmente aceptable de pronto un día dejó de molar a ojos de algunos hablantes y pasó a ser considerada vulgar y de pueblo. Otras palabras como murciégalo, toballa o almóndiga han sido también víctimas históricas del síndrome de la boina, ejemplos clásicos de palabras antiguas pero perfectamente dignas e intachables en su momento que al evolucionar quedaron como vestigios históricos injustamente rechazados por ser palabras minoritarias o regionales.
Como señala Álvarez Mellado, en español hay numerosos ejemplos de palabras que admiten sin sonrojo los dos géneros sin que ello nos conlleve demasiados problemas: el mar/la mar, la maratón/el maratón, la cobaya/el cobaya. “Estos dobletes son conocidos como palabras de género ambiguo y no son ningún deshonor. No hay, pues, de qué avergonzarse. Reivindiquemos con orgullo y alegría la boina y la calor”, propone.

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