La República | CORRIENTES
“¡Qué obsesiones
continúan adheridas a nuestra cultura para que tantas palabras de uso común, en
femenino, designen invariablemente a una prostituta!”, se pregunta María
Irazusta (autora de Las 101 cagadas del español) al “insultante sexismo” en
su último libro, una biblia del insulto titulada Eso lo será tu madre. Y da
algunos ejemplos: “Siendo un zorro un hombre astuto, una zorra es una
prostituta. Y, por supuesto, nada tiene que ver un respetable hombre público
con una mujer pública, una prostituta. Es que, además, un fulano es alguien sin
identificar, mientras que una fulana es una prostituta; un golfo es un pillo,
un juerguista, en cambio una golfa es una prostituta; un cualquiera es un pobre
don nadie, mientras que una cualquiera es una prostituta; y aquel que no tiene
un destino determinado y está perdido nos produce cierta aflicción, mientras
que una perdida es una prostituta. Y no teniendo lobo atisbo de menosprecio,
una loba puede ser desde una femme fatale, devoradora de hombres, hasta –¡cómo
no!– una prostituta...”.
Estas evidentes muestras de sexismo lingüístico recuerdan
la necesidad de reflexionar cuando se usan determinadas palabras de las que se
desprende una marcada discriminación hacia las mujeres. Es la invitación que
hace Clara Ferrero en un artículo en el diario español El País, donde recalca
que si insultar tiene el cometido de ofender a alguien dándole donde más duele,
analizar el sinnúmero de palabras que en castellano sirven para tachar a las
mujeres de putas (existen más de 50 términos que van desde fulana a meretriz
pasando por mujerzuela, lumi, ramera o pelandusca) nos ayuda a hacernos una
idea de lo que la sociedad espera de ellas.
La falta de pureza y decencia son el blanco principal de
los improperios dirigidos a las mujeres porque son cualidades que
tradicionalmente se les ha exigido poseer. Pero incluso cuando el agravio va
dirigido a un hombre, terminan siendo las afectadas las féminas que forman
parte de su vida. ¿Cuántas veces son mentadas, por ejemplo en un campo de
fútbol, las madres y novias de los jugadores?, ¿en cuántas ocasiones utilizamos
nenaza, maricona o cualquier otra palabra en género femenino para aumentar el
tamaño de la ofensa?
Hasta los animales salen ganando: no es lo mismo un gallo (hombre fuerte y valiente) que un gallina (cobarde, pusilánime).
Más allá de los insultos y tacos, la imagen estereotipada
y negativa de las mujeres se extiende al refranero (“La mujer que no es
hacendosa, o puta o golosa”), los neologismos o los eufemismos y llega a
expresiones tan coloquiales y repetidas como “esto es un coñazo” [coño es en el español peninsular vulva o
vagina y se emplea para diversos estados de ánimo, especialmente extrañeza o
enfado].
El hombre, sin embargo, sale bastante mejor parado. Sus
genitales tienen connotaciones positivas (“esto es la polla”, “esto es cojonudo”
o “poner los cojones [testículos] sobre la mesa” [“poner huevos”, en América]),
los refranes reafirman su supremacía frente a la mujer e incluso hacen apología
de la violencia de género (A la mujer y a la burra, cada día una zurra),
ciertas palabras tienen distintas connotaciones dependiendo del sexo al que
hagan referencia (gobernante/gobernanta, verdulero/verdulera,
secretario/secretaria) y hasta los animales salen ganando cuando se escriben en
masculino (un gallo es un hombre fuerte y valiente, mientras que un gallina
define a una persona cobarde, pusilánime y tímida).
Aunque el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE)
ha hecho desaparecer algunas de las acepciones machistas más denostadas en su
última edición (lo femenino ya no equivale a débil y endeble; gozar ha dejado
de ser 'conocer carnalmente a una mujer' y se es igual de huérfano tanto si se
ha perdido al padre como a la madre), aún hay infinitas referencias sexistas y
palabras discriminatorias (hay una entrada sobre el tema en este blog).
En
un momento en el que el debate feminista lo invade todo, se hace fundamental
reivindicar que el lenguaje –principal instrumento para expresar las ideas y
reflejar la cultura de un determinado lugar en una situación concreta– vaya
evolucionando y dejando en desuso las palabras que alimentan las diferencias
entre hombres y mujeres. Si el diccionario es un reflejo de la realidad y del
lenguaje que utilizan sus hablantes, podemos empezar por “poner los ovarios
sobre la mesa”, utilizar zorra para destacar lo lista que es nuestra vecina del
quinto sin importarnos con quién se acueste o darle un poco al coco e inventar
una correspondencia femenina para palabras que no la tienen como hombría o
caballerosidad.
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