▪ La primera prueba de certificación patria debería ser la pregunta: ¿por qué tu país se llama como se llama? Bielorrusia es “Rusia blanca”; Sudán, “tierra de negros”, y Pakistán, un acrónimo.
22.11.14
Argentina, de argentum; España, de conejos
Topónimos curiosos: Villaviciosa, en España. | Google Maps.
▪ La primera prueba de certificación patria debería ser la pregunta: ¿por qué tu país se llama como se llama? Bielorrusia es “Rusia blanca”; Sudán, “tierra de negros”, y Pakistán, un acrónimo.
¿Acaso
todos saben por qué el país de donde son se llama como se llama?
La
toponimia es una disciplina de la onomástica que consiste en el estudio del
origen y significación de los nombres propios de lugar. El término deriva
etimológicamente del griego tópos,
lugar, y ónoma, nombre. El topónimo
es, por ello, el nombre propio de un lugar.
En
un artículo publicado en Yorokobu, Jaled Abdelrahim plantea como primera prueba
de certificación patria la respuesta a la pregunta ¿por qué tu país se llama como se llama?
Explica
entonces que la hidronimia designa nombres de lugares derivados de masas de
agua que corren o corrieron por aquellos lares; la limnonimia, de agua
estancada; talasonimia, de mares; litonimia, de formaciones rocosas; oronimia,
de accidentes del relieve y la antroponimia engloba sustantivos propios
derivados de objetos, santos, dioses o etnias. También están los tautopónimos,
que son los topónimos que repiten la denominación del accidente geográfico que
tengan los términos que designan a ese lugar, como sería el caso de la
localidad de Cantalapiedra.
Así,
dice Abdelrahim, es posible que el español, hijo de tierra de conquistadores,
viva sin saber que la raíz de su denominación nacional no es debido a otra cosa
que a la masiva presencia en la península de inofensivos conejos. Los fenicios
traducían hispania por tierra de hyraxes. En realidad, los conejos que allí
había ni siquiera eran hyraxes (unos duros roedores asiáticos de las rocas que
los comerciantes fenicios conocían), sino conejos de campo de los de toda la
vida. Ellos fueron los que acabaron por darle nombre a esta nación del sur de
Europa.
De
igual forma, puede ser que los australianos no sepan que en latín terra
australis incognitas significa “tierras desconocidas del sur”; y que los
sudafricanos desconozcan que en griego aphriké quiere decir “sin frío” y en
latín “soleado”; y que a los habitantes de Estados Unidos se les escape que el
nombre de su país se desprende de una frase de su Constitución (1776).
Los
argentinos se quedaron con ese nombre porque en su tierra corría la plata o la argentum peruana; Bután en butanés significa “tierra del dragón-trueno” en referencia a
sus numerosas tormentas eléctricas, y Nepal, por algo tan simple como que en
nepalí se traduce “mercado de lana”, lo que un día fue.
Vietnam
en chino es “más allá del límite sur”, Yugoslavia, en eslavo, “tierra de los
eslavos australes”; y Zimbabwe, en dialecto shona, es“casas de piedra”, en
referencia a la ciudad capital del antiguo imperio comercial que allí se
asentaba.
Algunos
son hasta cómicos: el nombre Aruba surgió de una broma que el conquistador
Alonso de Ojeda hizo el 1499, cuando en referencia a los escasos hallazgos de
metal le imprimió ese nombre derivado de la frase “Oro hubo”. Anguila se llama así porque a Cristóbal Colón le pareció una isla demasiado alargada; y en la
denominación de Bahamas, del español “bajamar”, probablemente algún andaluz
estuvo involucrado.
El extenso Canadá, en origen, no era otra cosa que un “pequeño asentamiento”. O al
menos eso significa k’anata en dialecto algonquino. Y Gales, del anglosajón
wealas, denomina a la “gente extranjera” que llegó en invasión a esa zona de
las islas británicas.
Para
algunos, la razón de su gentilicio está estrictamente ligada a su melanina. En
bereber, Guinea es negro (aguinaoui); en árabe, Sudán es tierra de negros (bilad
al-sudan); y Etiopía, del latín aethiopia, significa algo tan desagradable como
“tierra de los caras quemadas”. Justo lo contrario pasa en Níger, que aunque
muchos confundan el término con una alusión al color de sus habitantes, no
deriva de otra cosa que del término nativo Ni Gir, con el que se llamaba al río
que lo cruza.
Corea
procede del término Choson, que alude a algo tan zen como “tierra de la calma
matutina”; y a Japón (del japonés nippon-gu, y del chino ribenguo) no se le
llama “tierra del sol naciente” por lírica, sino porque esos vocablos
significan exactamente eso.
Belice
debe su nombre a un pirata llamado Wallace, que fue el primer extranjero en
establecerse, allá por el 1638. El mismo caso es el de Bermudas, que viene del
capitán español Juan Bermúdez y no de unos pobladores vestidos en shorts.
Uganda
es “tierra de hombres”, Alemania “de todos los hombres” y Francia, “tierra de
los hombres libres” (francos). Burkina Faso honra a la “tierra de hombres
incorruptibles”.
Por
otro lado, están los lugares donde los hombres no se destacaban tanto y recibieron
nomenclaturas como “tierra de ovejas” (Feroe), o “tierra de árboles”,
Guatemala.
¿A
qué vendría lo de Antigua y Barbuda? La explicación del enigma se divide en dos
fases. Antigua, porque a Colón le apeteció hacer honor a la catedral sevillana
de Santa María La Antigua. Lo de Barbuda, culpa de los portugueses, que así
hacían referencia a las barbas de los árboles ficus que poblaban la zona. Una
razón que por la misma regla de tres les sirvió para nombrar, en luso, a las
Barbados.
Azerbaijan,
“tierra de fuego” en árabe; Brunei, en malayo, “estado de paz”.
Bielorrusia,
“Rusia blanca”; Bulgaria no es otra cosa que la manera en la que decían los
turcos que allí había una “tierra poblada por tribus de distinto origen”.
Groenlandia
e Islandia son quizás las primeras nomenclaturas nacionales con sendas campañas
de publicidad y antipublicidad respectivamente. A la primera le llamó así Erik
el rojo en 982 para atraer nuevos pobladores (Groenlandia significa “tierra
verde”), cuando en realidad eran tierras heladas. A Islandia, sin embargo, se
le llamó “tierra de hielos” para evitar el asentamiento de nuevos pobladores,
cuando en realidad sus tierras son verdes y fértiles.
Colombia,
en honor a Colón; y Dominica, del latín dies dominica, por el simple hecho de
que fue en domingo cuando al conquistador le dio por desembarcar allí. Honduras
también las bautizó él mismo: se refería a las profundidades de sus costas en
relación al atraco de sus barcos; y fue también el conquistador de América
quien le dio medio nombre a Trinidad y Tobago, cuyo primer término se lo debe a
las Colinas de la Trinidad, y el segundo a una alusión a las grandes
plantaciones de tabaco que cultivaban los nativos de la isla.
Sierra
Leona se llama así porque fueron dientes de león lo que vio en sus cerros
el explorador portugués Pedro de Sintra; Venezuela, porque se le asemejó a
Venecia a los exploradores Alonso de Ojeda y Américo Vespuccio; y Vaticano es porque en una de las siete colinas de Roma, la Mons Vaticanus,
existía un camino en tiempos de los romanos donde transitaban los augures y
magos para vaticinar el futuro.
Chile,
chilli, en quechua “límite del mundo”. Igual que en germánico Estonia tan solo
quiere decir “camino del este”; y Luxemburgo es una conjunción del latín y el
germánico para decir “lugar pequeño”.
Eslovacos
y eslovenos quizás no sepan que ambos comparten denominación de origen. Sus
ancestros, los slavs, eran de la misma tribu y se debate si su nombre proviene
de “gloria”, “de palabra” o de “gente de las aguas”.
Los
mexicanos saben que su nación fue de las pocas que se libró de tener nombre
hispano. Su denominación se la deben a los aborígenes mexicas. Pero ¿saben de
dónde deriva este término? Una de las teorías más aceptadas es que su
gentilicio deriva de las palabras nahuátl metztli y xlicti, “ombligo de la luna”.
Si
alguien se pregunta de dónde vienen los palestinos, que consulte en la Biblia
la palabra filisteos. De Mauritania eran los bereberes mauris, que más tarde
pasaron a llamarse moros: y Pakistán no es otra cosa que el acrónimo que el
estudioso Choudary Rahmat Ali le dio en 1933 a un país compuesto por las
regiones de Punjab, Afgania, Cachemira, Sindh, Turkaristán, Afganistán y
Baluchistán.
Si
Irlanda se llama así es porque en celta quería decir iweriû, “las tierras
verdes”; Namibia se llama como se llama porque en su raíz nama, namib, significa
“lugar donde no hay nada”.
Los
mongoles pueden estar orgullosos de su gentilicio porque en mongol se traduce
por “fiero”, “bravo”; y Costa de Marfil no tiene otra razón para su
nomenclatura que la leyenda francesa sobre la abundancia de este bien en su territorio.
Mónaco se llama así por razones mitológicas. Significa “él solo”, en
alusión a Hércules, que fue reverenciado en un templo de allí. Liberia fue así bautizada por ser una tierra creada
como hogar para esclavos americanos liberados. Y para nombre estilizado el de
los nacionales de Papúa Nueva Guinea: en malayo, papua, “tierra de la gente con el pelo rizado”.
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