▪ En un artículo en el diario español El País, Álex Grijelmo analiza cómo las organizaciones terroristas manipulan sus propios nombres.
Álex Grijelmo | EL PAÍS
Las organizaciones
terroristas manipulan las palabras de sus propios nombres. Por ejemplo, los ya
desaparecidos GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre) se
apoderaron del adjetivo “antifascista”, y al usurparlo llamaban “fascista” a la
democracia española a la cual atacaban. Por su parte, las siglas ETA
corresponden a las palabras “Euskadi y Libertad” (Euskadi ta Askatasuna), y
ello nos obligó a convivir con esa profanación de los dos sustantivos.
Otras
organizaciones terroristas nos han arrebatado también el sentido que dábamos a
vocablos como “ejército” (por ejemplo, el IRA o el ELN) o “fuerzas armadas”
(FARC).
Lo mismo sucede con
el “Estado Islámico”, que, según ha escrito Lluís Bassets, “está venciendo en
el combate de las palabras”: nos roba la primera para arrogarse lo que no es; y
la segunda, para destruir con ella a quienes siguen las enseñanzas del Corán y
no han matado ni matarán a nadie.
Ahora bien, no
parece fácil cambiar el nombre a un grupo terrorista.
En junio de 2014
acortó su nombre a solamente “Estado Islámico”, al que corresponden las
iniciales en español EI (y en inglés, IS). Las demás siglas son ya inadecuadas
El “Estado
Islámico” se autodenominaba al principio “Estado Islámico de Irak y el
Levante”; y no “Estado Islámico de Irak y Siria”, que dio en inglés las
erróneas siglas ISIS (Islamic State of Irak and Syria). En junio de 2014 acortó
su nombre a solamente “Estado Islámico”, al que corresponden las iniciales en
español EI (y en inglés, IS). Las demás siglas manejadas con insistencia por la
prensa hispana y anglosajona son ya inadecuadas: EIIL, DAESH o DAISH, tomadas
estas dos últimas de sendas transliteraciones de su nombre original en árabe:
ad-Dawlah al-Islamiyah fi ‘l-’Iraq wa-sh-Sham. “DAESH” no les gusta a los
propios terroristas por su parecido fonético con otras expresiones de aquel
idioma (equivaldría a algo así como “el pisoteante”; es decir, el que pisotea,
el que destruye); y por eso las usan muchos políticos occidentales. En
cualquier caso, los términos “Islámico” y “Estado” se incluyen en cada una de
esas denominaciones.
¿Qué debemos hacer
con este problema? A mi juicio, las manipulaciones del lenguaje son efectivas
durante un tiempo, pero luego el concepto que se pretende esconder resurge con
fuerza para comerse al significado supuestamente objetivo y realmente
encubridor. (Por ejemplo, “ajuste” y “recortes” fueron en su día eufemismos que
hoy ya no ocultan una reducción, sino que la designan).
Así, la asociación
reiterada en nuestra mente del “Estado Islámico” y sus barbaridades hará que el
concepto “grupo terrorista” se imponga pronto a los dos significados que sus
miembros se arrogan. Mientras tanto, no estará de más guardar cierta distancia
con ese nombre, y llamar al EI “el autodenominado Estado Islámico”, “el mal
llamado Estado Islámico” o “el falso Estado Islámico”. Y, de paso, devolver la
voz Isis a la famosa diosa egipcia, que sigue ajena a todo esto.
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